El poeta simbolista José María Eguren nació en un barrio tradicional de la antigua Lima, el 7 de julio de 1874. Era hijo de José M. Eguren y Cáceda y de Eulalia Rodríguez Hercelles. Durante su infancia estuvo muy ligado a su hermano mayor, Jorge, y a dos hermanas, Susana y Angélica, que permanecieron solteras hasta su muerte y heredaron el candor y la delicadeza de la madre. Desaparecidos los padres, aquellos hermanos acompañaron al poeta, brindándole comprensión y afecto. Las vacaciones de verano de su niñez transcurrieron en las haciendas “Chuquitanta” y “Pro”, a 20 kilómetros de Lima. Su soledad en medio de la naturaleza llenó su espíritu de sugestivas vivencias que prepararon la futura expresión de su poesía y pintura. En años difíciles, después de la ocupación de Lima por los chilenos durante la guerra del Pacífico, concurre tardíamente a las aulas del colegio jesuita la Inmaculada (1884), pero no concluye su educación.
Vida artística de Eguren
Alrededor de 1879 -fallecidos ya sus padres- Eguren y sus hermanas se mudan a Barranco, balneario cercano a Lima. Autodidacta durante el resto de su vida, busca estímulos para su imaginación y pinta acuarelas, como por ejemplo La niña del mar y La niña de la mañana, eligiendo para su inspiración los ambientes derruidos y las viejas casonas.
En 1899 publica dos poemas en la revista Lima Ilustrada, gracias al estímulo de algunos amigos. La crítica del momento, conformada por importantes intelectuales como Riva-Agüero, Ventura García Calderón y Clemente Palma, no comprendió la poesía de Eguren. Alrededor de 1908 el poeta conoció a uno de los mejores escritores peruanos, cuya influencia había crecido durante la guerra con Chile: Manuel González Prada, estableciéndose entre ambos una sólida amistad de largas pláticas. Por aquel tiempo Eguren se había convertido en un experto de la fotografía, viendo en ella nuevas posibilidades estéticas, incrementando paralelamente su cultura musical, de la mano de su hermana Susana, que era pianista. Publica su primer libro, Simbólicas, en 1911, obsequiando los ejemplares a sus amigos -entre ellos Enrique Bustamante y Enrique Carrillo- y enviando algunos otros al exterior. Establece así una amistad de tipo epistolar con destacadas figuras como Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral, el uruguayo Sabat Ercasty y el erudito francés Marcel Brion, que supieron apreciar esta novedosa y extraña poesía. En Simbólicas aparecen poemas fundamentales, que luego figurarían en todas las antologías: “Los robles”, “Los reyes rojos”, “Juan Volatín” y “Diosa ambarina”, por ejemplo. Paulatinamente la crítica peruana iría reconociendo los altos valores de su poesía. Su segundo libro, La canción de las figuras (1916), donde aparecen otros poemas fundamentales como “La niña de la lámpara azul” o “Peregrín cazador de figuras», fue saludado con gran entusiasmo por el narrador Abraham Valdelomar, de la revista Colónida.
Años en Barranco
Para los años de 1919 a 1922 el público estaba más maduro y sensible para entender el arte egureniano, con el advenimiento de una nueva generación conformada en muchos casos por artistas de provincia. Mientras Chocano -a quien Eguren apreciaba- era el poeta oficial, el poeta de Barranco se había convertido en el arquetipo de la juventud, por su discreción y delicada sensibilidad, que no parecía tener antecedentes en la tradición literaria del Perú. En 1926 José C. Mariátegui funda la revista Amauta y proporciona una amplia cobertura al trabajo de Eguren, llegando a publicar un estudio al respecto, incluido en 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928). El último libro que publica Eguren es Poesías (1929), en el cual incluye los poemarios anteriores y añade Sombra y Rondinelas. Debido a la precariedad de su economía, se ve obligado a abandonar Barranco y se muda al Cercado de Lima, consiguiendo un cargo como bibliotecario en el ministerio de Educación y otro en el Museo Nacional de Arqueología. Estando ya muy enfermo, el poeta es admitido en 1941 en la Academia Peruana de la Lengua, falleciendo el 19 de abril de 1942.
Eguren escribió una poesía sin conexión temática con la tradición de lengua española y acaso sólo comparable a la del argentino Macedonio Fernández, considerada “postmodernista” por algunos y “simbolista” por otros. Pueblan los poemas egurenianos, hadas, ángeles, arlequines, marionetas en una atmósfera de impalpable angustia y presagios funestos; poesía de carácter onírico y, a menudo, hermético. Su influencia ha sido decisiva en la poesía peruana ulterior -desde Westphalen a Belli- y se mantiene vigente. En 1974 la editorial Mosca Azul publicó sus obras completas, bajo la responsabilidad de Ricardo Silva Santisteban.